Un día más nos encontramos Marta y yo en la entrada del huerto que hoy exploramos, cuya ubicación preferimos no revelar por dos motivos: para intentar preservar esta especie de micromundo como si de una reserva natural se tratara; y para intentar otorgarle al concepto de intersticio, un aire universal (sí, algo pretencioso, lo reconocemos).
En un principio, quisimos adoptar un papel de exploradores totales y hacer una radiografía bastante amplia geográficamente hablando. Pronto nos dimos cuenta que ni somos Indiana Jones y ni tan siquiera, documentalistas. Así que hoy nos presentamos en esta primera zona de huertos que, junto con otra zona muy próxima y tan sólo separada por una carretera, son finalmente nuestro campo de estudio.
Tras varias visitas, ya recorremos esos senderos angostos como si lo hubiéramos hecho toda la vida. Hoy nos dirigimos nuevamente al huerto de don Miguel. Es la tercera vez, tras un primer acercamiento hace más de un mes; y tras una visita reveladora, por llamarlo así, la semana pasada.
En aquella ocasión, Miguel fue tajante y nos preguntó por algún posible contacto entre nosotros y el Ayuntamiento. Miguel se hacía eco de ciertos rumores que corrían por estos huertos. Nos sentimos algo extrañados, pero luego pensamos que también estaban en su derecho a desconfiar o a querer indagar algo más sobre nosotros. Al fin y al cabo, somos dos intrusos en tierra de nadie. Pero ya no le damos mayor importancia al asunto.
El huerto de Miguel queda anclado por una riera descubierta de aguas fecales por un lado, y, curiosamente, por una riera cubierta de agua potable para el regadío. Como una contraposición del agua como metáfora de la vida.
Nos recibe muy amablemente y somos convidados a un riquísimo pan tostado en una estufa de leña hecha a partir de un bidón, todo un ejemplo de reciclaje. Creado un ambiente distendido, Miguel comienza a relatarnos retales de su vida y su relación con este huerto.
Desde que cultiva esta tierra, parece haber recuperado un lazo perdido o dormido con su tierra natal, Córdoba, zona rural que tuvo que abandonar cuando los grandes movimientos migratorios de los años 60, como tantos otros. Emociona verle explicar los sacrificios pasados para hacer prosperar la economía familiar, con estadías alejado de los suyos aceptando el trabajo que se presentara.
Eran otros tiempos, sin duda alguna. Y, aunque hoy en día es fácil poder comprar una lechuga y unas cebollas, no lo es tanto conseguir unas tan sabrosas como las que nos regaló al final del día don Miguel.
Javier Requena
Fotos: Javi y Martha con don Miguel. Y el pan tostado a fuego lento... ¡Una delicia!
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