…pero nunca manipular, ¿o sí?
Cuando ya tienes todo rodado o eso parece, el material en crudo digamos, empieza la hora de montar la historia. Martha me envió un sms: “¿qué historia contaremos Javi?”. “La de cuatro hombres que conquistan su pequeña tierra y construyen un sueño en forma de huerto”, contesté yo casi bromeando.
Y ahora que la historia y el montaje están más que perfilados, no iba muy desencaminado aquél mensaje mío. Hasta llegar a este relato hemos pasado por un proceso en el que, principalmente, nos hemos relacionado con unas personas y un espacio de dos formas distintas: una presencial, por así decirlo, y otra virtual.
Me explico. Por un lado, durante el trabajo de campo, en el que recolectábamos información cámara en mano, explorábamos un espacio físico, una tierra palpable con sus moradores y sus picaduras de insectos a evitar.
Por otro lado, una vez que esa información empezaba a traspasar la pantalla, el espacio físico pasaba a ser escenario virtual; y Manuel, Miguel, Domingo y Jesús, aunque suene algo frío, cambiaban de personas a personajes. Nombres que por un momento eran despropiados de parte de su personalidad o de su discurso, para ser encajados en la historia que debíamos contar.
En realidad, nosotros no debíamos contar nada. Lo estaban haciendo el espacio-escenario y los moradores-personajes a medida que metíamos la tijera digital. Incluso en algún momento, uno puede sentirse titiritero manejando el huerto-teatro y los agricultores-actores a su antojo. Tienes un cierto poder de manipulación de lo que están diciendo, o de la presentación del lugar. Los huertos intersticiales podían haber sido aún más paradisíacos de lo que aparecen en el documental. O más canallas. Más verde. O más óxido. Y los entrevistados podían ser más dulces, más quijotescos, más misógenos, más xenófobos o más bohemios.
Así queda la realidad, al menos en un documental. Siempre con la duda más o menos consciente de saber si estás retratando la auténtica realidad, o estás improvisando un nuevo esquema de vida.
Sucede también un capítulo constante de pérdida de la noción del momento. A saber, después de ver una y otra vez las mismas imágenes con los mismos personajes, éstos evolucionan dentro del metraje. Sin darte cuenta, van tejiendo su propio discurso en un guión que siempre estuvo ahí, pero que es nuestro deber hallarlo, direccionarlo.
Al volver a visitar aquellos huertos, puede dar la sensación de que nada hubiera pasado porque los protagonistas estuvieron mucho tiempo en nuestra pantalla del computador. Pero con el montaje, tres meses en nuestro caso, el tiempo va pasando. Y al regresar al lugar del crimen, los tomates han crecido y los personajes vuelven a ser personas, proporcionándonos una bofetada hacia aquella primera realidad que nos hace cuestionar nuestro documento Intersticios.
Javier Requena
Javier Requena
¡Fantástico el artículo, Colega! Y claro: lo suscribo cien por cien. Nos esperan otros proyectos pese al óxido de la vida cotidiana...
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